At the center of "Pale Flower" stands a very quiet man, closed within himself, a professional killer. He works for a gang in the Yakuza, the Japanese Mafia, and as the film begins he has returned to Tokyo after serving a prison sentence for murder. He did the prison time as the price to be paid for committing a murder, but although we see his gang boss several times, even in a dentist's chair, there is no effort to make him seem worthy of such loyalty. He is an ordinary older man. Muraki (Ryo Ikebe), the yakuza, seems loyal more to the ideal of loyalty, a version of the samurai code.
En el centro del "Pale Flower" hay un hombre muy tranquilo, encerrado en sí mismo, un asesino profesional. Trabaja para una banda del Yakuza, la mafia japonesa y así como empieza la película, ha regresado a Tokio después de cumplir una pena en prisión por asesinato. Hizo del período en prisión el precio a pagar por haber cometido un asesinado. Aunque muchas veces vemos a su jefe de la banda, incluso en la silla de un dentista, no se ve por su parte un gran esfuerzo por hacerlo digno de esa lealtad. Es un hombre viejo y ordinario. Muraki (Ryo Ikebe). el yakuza, parece más fiel al ideal de la lealtad, un modelo del código samurai.
It is his fate to be a soldier and follow orders, and he is the instrument of that destiny. He thinks his crime was "stupid," but he is observing, not complaining.
"Pale Flower" is one of the most haunting noirs I've seen, and something more; in 1964 it was an important work in an emerging Japanese New Wave of independent filmmakers, an exercise in existential cool. It involves a plot, but it is all about attitude.
Muraki, elegantly dressed, his hair in a carefully stylized cut, his eyes often shielded by dark glasses, speaking rarely, revealing nothing, guards his emotions as if there may be no more where they came from.
Su destino es ser soldado y obedecer órdenes, y él es el instrumento de ese destino. Considera que su crimen fue "estúpido"; pero tan solo observa, no se lamenta.
El "Pale Flower" es uno de los haunting noirs que más he visto y, más aun, en 1964 fue una importante obra de un director independiente del cine emergente japonés New Wave, un ejercicio de genialidad existencial. Se supone que es una trama, pero es toda una cuestión de actitud.
Muraki, elegantemente vestido, su pelo estilizado cuidadosamente cortado, sus ojos frecuentemente escudados tras unas gafas oscuras, habla poco, no revela nada, cuida sus emociones como si no pudiera haber nada más que el lugar de donde surgieron.